Jessica se despertó con el golpe de la puerta. La habitación estaba sumida en la oscuridad, no obstante pudo divisar la silueta de su pareja que volvía tarde del trabajo, otra noche más. Tenía demasiado sueño como para encender la luz y discutir por aquello. Se limitó a esperar que se acueste y así seguir durmiendo. Ya aclararía cuentas con él al día siguiente. Escuchó como las pisadas se dirigían al otro extremo de la cama. Su esposo se dejó caer a plomo sobre el colchón. Jessica a punto de volverse a dormir percibió un fuerte olor acre. Giró la cabeza hacia donde estaba él y en un susurro le dijo: —José, pegate una ducha antes de acostarte. El colchón se sacudió una vez más y Jessica sintió que unos labios ásperos y temblorosos se apoyaban contra su oreja. —Yo no soy José.
Respirar es algo que hacemos desde nuestro nacimiento, lo hacemos a cada rato, todos los días y permanentemente. Se suele decir que cuanto más veces hacés algo, mejor lo llegás a hacer. No obstante cuantos de nosotros podemos decir y/o asegurar, respirando constantemente todos los días, que respiramos excelentemente bien. ¿Necesitamos respirar excelentemente bien? O con respirar bien o muy bien nos resulta suficiente para desenvolvernos en la vida y hacer todo lo que necesitamos y queremos hacer. Digo esto porque noto que hay una exacerbación en la necesidad de ser sobresaliente en las cosas. No nos alcanza en ciertos ámbitos con ser buenos o muy buenos. Tenemos que ser los mejores. Tenemos, por fuerza, que destacarnos del resto, que lo hace solamente muy bien y estar por encima de ellos. Incluso en actividades que realmente no nos interesan tanto o que no tienen tanta importancia como para necesitar esa perfección. Por eso creo que en este punto la necesidad de sobresalir, haciendo
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