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El primer show del Caesar Circus



Sólo los miembros más antiguos del Caesar Circus recordamos aquella primera función. En ese entonces contábamos con pocos recursos, habíamos logrado reunir algunas “atracciones”: seis enanos malabaristas, un payaso, dos caballos. Uno de esos dos caballos era apenas un pony, así que le dimos un aire más despampanante y exótico, al presentarlo como un fenómeno traído desde la legendaria y misteriosa China: el único y majestuoso caballo bonsái.
Pero a pesar de esto necesitábamos una atracción para el cierre, algo que fuera realmente consagratorio. De modo que nos fuimos a beber unas copas a una cantina cercana, nos acodamos en la barra y conversamos del tema.

Disculpen que los haya oído —nos dijo el dueño del bar dejando nuestras bebidas frente a nosotros—. Si lo que están buscando es una atracción para el circo, creo que la tengo.Nosotros nos miramos desconcertados.
Continúe, lo estamos escuchando —dije, llevándome la cerveza a la boca.
¿Ven a aquel urso? —dijo el dueño, lentamente, tratando de agregarle a la frase una cuota de misterio mientras limpiaba la barra con un trapo sucio—. ¿Ven esa mole que está sentada ahí? Bueno. Su nombre es Leónidas Sandoval. Es un viejo marino.
¿Y eso qué tiene de novedoso? ―dijo Cachiporrita, uno de los payasos―. En este mundo hay mucha gente muy vieja y muy grandota.
Así como lo están viendo ―contestó el dueño, con desdén―, Sandoval posee una muy singular particularidad. Nos dedicó una extraña sonrisa… y se fue sin revelarnos cuál era el talento de aquel mamut de los mares. Ya detrás de la barra, sacó de uno de los estantes una botella de Bacardi y después se la llevó al tal Sandoval, quien ya se había trabajado una idéntica.Ya más cerca del marino, íbamos sacando algunas conjeturas. Primero creímos que su especialidad era la resistencia alcohólica, así que le invitamos una botella de aguardiente. Comenzó a beberla como si fuese agua, lo cual nos ilusionó. Pero luego de unos minutos comprendimos que Sandoval era un pésimo bebedor: no habiendo llegado a la mitad de la botella, en un rapto de delirio se levantó entre tumbos y desnudó en medio del bar sus bestiales dimensiones. Con esto, nuestra segunda suposición se fue por tierra: habíamos pensado que el viejo era una especie de mapa de carne, por los tatuajes que debería llevar por todo esa cordillera que tenía por cuerpo, pero nada que ver. Muy desilusionados, todo nos indicaba que nuestra suerte no cambiaría aquella noche.
Pero, ya a punto de marcharnos a nuestros carromatos, fuimos testigos de la proeza que era capaz de cumplir aquel marinero prodigioso. Se puso lo más firme que pudo, balbuceó ininteligibles palabras y escupió de la boca algo, un objeto bien contundente. Y el objeto en cuestión viajó en una extraña parábola a través de toda la cantina, para caer ―¡plópote!― dentro del vaso de agua de un parroquiano que, con una mueca de asco y asombro, observaba cómo la dentadura postiza de aquel marino ―que de eso se trataba aquella inmundicia voladora―, ahora flotaba a media agua en el agua, despidiendo filamentos de antiguas ingestas.
¡Un marinero borracho y exhibicionista! ―dijo Cachiporrita, inflamándose de entusiasmo―. ¡Un fenómeno que puede escupir sus dientes adentro de cualquier vaso!Nos miramos ilusionados, sin poder creer en nuestra buena fortuna.
Definitivamente ―dije― es lo que estamos buscando para nuestro show.
Por fin llegó la gran noche. Para nuestra sorpresa, el circo se encontraba colmado de público. La gente se divertía a más no poder, aplaudiendo a los enanos y sus malabares. Los niños, sobre todo, reían con las locas cabriolas y humoradas del payaso. Todo salía a pedir de boca.
Y al fin llegó el turno de Leónidas Sandoval, a quien presentamos como El Megartillero Odontológico. Cuando lo iluminaron los reflectores, apareció en medio de la pista principal, con el clásico uniforme marinero; incluso llevaba el popeyano birrete de algodón, ligeramente ladeado. Bajo las luces, su porte lucía más imponente que nunca, y encima el animalito sacaba pecho, estimulado por los redoblantes de la banda. Uno de nuestros asistentes le alcanzó la botella de Viejo Tomba. Leónidas la agarró a dos manos, la abrió de una dentellada y, echando con ímpetu la cabeza hacia atrás, rindió cuenta de casi media botella. Las luces se apagaron, y el reflector que quedó sobre el lobo de mar, recorrió veloz un trayecto de setenta metros hasta enfocar estratégicamente un vaso de agua. Y volvió con igual velocidad hasta Leónidas, que ya se tambaleaba y daba patadas al aire para terminar de quitarse los pantalones.
Olvídate, va a hacerlo bien —me dijo Cachiporrita al ver que me mordía las uñas.
Lo sé —le respondí, dedicándole una afectuosa sonrisa—. Esta será una noche inolvidable.
Y de algún modo lo fue.
Los redoblantes lograron que la tensión aumentara a cada segundo. Leónidas tomó aire, el pecho se le infló más que nunca, su torso se inclinó sensiblemente hacia atrás. Los redoblantes enmudecieron. Leónidas cerró los puños…, ¡y al escupir la dentadura fue sorprendido por un violento estornudo que potenció el disparo! La dentadura viajó a una velocidad endiablada, directo al publico, y se estrelló contra la frente de una señora de la primera fila.
Todo el circo se conmocionó. La señora fue levantada en andas por los enanos, quienes al grito de ¡hop, hop, hop! la llevaron prontamente al dispensario del pueblo.Sin poder superar la humillación, y dispuesto a olvidar todo, Sandoval huyó del circo aprovechando el revuelo.
Sin embargo y pese al tiempo transcurrido, nosotros seguimos recordándolo, gracias a que conservamos en la boletería su artera dentadura, la cual utilizamos como un original pisapapeles.

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